viernes, 19 de octubre de 2007

A PROPÓSITO DEL ARTE EN EL ESPACIO PÚBLICO


EL ARTE FUERA DEL MUSEO (O EL ARTE EN LAS CALLES).

“En una cultura como la nuestra, acostumbrada durante largo tiempo a escindir y dividir todas las cosas como un medio de control, a veces nos choca el que se nos recuerde que, en los hechos operantes y prácticos, el medio es el mensaje.“ [1]

Marshall McLuhan

En las grandes ciudades como Bogotá, solemos encontrarnos de cuando en cuando, o a lo mejor muy frecuentemente, con cosas pintadas en la pared; por lo general, se encuentran en lugares que no son destinados para tal fin, y de todas ellas, las que resultan más interesantes para lo que nos proponemos hablar aquí, son los graffitis. Una consigna contra Bush o un eslogan propagandístico no es un graffiti, es una pintada; un letrero o un aviso con fines comerciales o divulgativos no es un graffiti, es un rótulo; un dibujo ilustrativo o una escena representativa sobre una pared no es un graffiti, es un mural; un motivo o diseño hecho mediante una plantilla con contenidos formales o ideológico-irónicos no es un graffiti, es un stencil; un grupo de letras poco reconocibles en ocasiones acompañadas de un personaje o un ícono no es una pintada o un rótulo o un mural o un stencil, es un graffiti. El graffiti nos da claves de quién lo hizo; entre esas letras distorsionadas es posible que haya un nombre, de alguien, de un grupo, ¿quizá de un autor? Por lo general el graffiti es sólo un nombre, es una identidad secreta o en clave puesta en público en un lugar prohibido; podríamos pensar que se lleva a cabo un acto público desde la clandestinidad, la ilegalidad.

Los muros siempre pertenecen a alguien, y si son propiedad pública se encuentran resguardados por la institucionalidad; el hecho de que haya un graffiti, entendido como acto público, sobre un muro prohibido a la vista de cualquiera, posibilita la plena exposición de un individuo bajo un recurso bastante insólito; así como en los baños públicos hay letreros de todo tipo, generalmente obscenos, o en las mesas de un colegio hay letreros de todo tipo, generalmente nombres, en los muros de la ciudad, el graffiti combina la obscenidad de violar la propiedad de alguien que no ha podido usufructuar ésa pared pintarrajeada, con la identidad de alguien anónimo que saca un cierto provecho de algo que no le pertenece; es a lo que lleva el impulso de exteriorizar la intimidad, tan natural como la acción del niño que raya descontroladamente las paredes o el hombre prehistórico que marca cuidadosamente sus territorios. La ley veta el uso de una enorme superficie de expresión, por lo que un posible cuidado en dejar una parte de sí al otro, se convierte en actos descontrolados, que en algunos sectores, parecieran inundar la ciudad.

El hecho de que el graffiti haya nacido a finales de los años 60 y principios de los setenta, en una gran ciudad como Nueva York, llena de problemáticas socio-políticas y urbanas muy complejas, habla, en parte, de su origen desde de la exclusión y la marginalidad, las cuales no abandona al considerarlo como hecho artístico además de socio-cultural; el graffiti hace uso de nuevas formas de comunicación gráfica, alejadas de los circuitos comerciales y artísticos, por lo que se presenta como un acontecimiento separado de la realidad más familiar; por el hecho de que nazca y se conserve como acción a partir de la exclusión, presenta alternativas a la acción artística y a la cotidianidad misma. Así, se combate o se provoca a la institución artística y al establecimiento desde las márgenes del sistema de circulación comercial y artístico, que se refleja en una nueva práctica cotidiana de grupos o individuos marginados, que en los muros de la ciudad, quedan expuestos a todos, aunque no por ello, menos marginados.

Es posible ver el fenómeno del graffiti como arte, y aún más, como arte nuevo, como el arte que sale de la galería y ha dejado de servir a la belleza, la armonía o el asombro, y sirve a la verdad, la verdad de sí mismo, que habla de él; es un arte que no habla de eslóganes políticos, ideológicos, publicitarios o que representa escenas, sino que habla de él mismo, a través de él mismo, con formas, trazos, colores, que siempre esconden a alguien, a un anónimo que aunque se expone al otro, permanece oculto. El arte nuevo no habla de otras cosas sino de sí mismo, así, el graffiti no es la referencia a un hecho del que se habla con el fin de transgredir, es la transgresión misma a través de formas y colores; su valor no está en el objeto sino en la función que cumple, no es lo que dice (un simple nombre) sino cómo y dónde lo dice, lo dice con colores y formas, lo dice en la calle, en lugares prohibidos para pintar pero accesibles a todo el mundo.

En este sentido, un graffiti no es falsificable, es siempre original, de todas formas no tiene sentido falsearlo, pues forma parte de una situación más que ser la expresión en un objeto, por más de que lo que queda de la acción es éso, un objeto; el acto de pintar un graffiti está ligado a un lugar y unas circunstancias, y la sola idea de que, por decir algo, han hecho un graffiti en un muro de la fachada del Museo Nacional, nos dice todo sobre ese acto, no es necesario ir a verlo para sentirlo como un hecho transgresor, nuevo, es una idea, un concepto, el concepto de transgresión quizá; el hipotético espectador de éste graffiti no es visual, es conceptual, no tiene que verlo para entenderlo, sólo que le cuenten. A partir de este ejemplo algo ingenuo y a la vez extremo, nos es posible sugerir al graffiti no sólo como arte conceptual, sino también como arte social, en la medida que se alimenta de una idea, que según el contexto que le da forma, es la manifestación de un individuo dentro de un grupo social a través de la transgresión y la ilegalidad.

También puede ser igualmente interesante ver el graffiti expuesto dentro de una sala del Museo Nacional, aunque para el caso, sus implicaciones políticas iniciales (al estar en muros prohibidos) se transforman en otras, pues construye un espectador diferente a partir de una situación de lectura diferente, con el sólo hecho de que quede dentro de un recinto consagrado al arte; de todas formas, no pierde su carácter de idea, pues no es necesario ir a ver el graffiti en una sala del Museo Nacional, sino saber que el graffiti está expuesto allí, y que aun así sigue constituyendo una transgresión, pero para el caso, aunque ya autorizada, legalizada y contradicha, se muestra como novedad para el Museo Nacional en el sentido de la transgresión; no es necesario ver el graffiti en el museo, únicamente, hace falta que le cuenten a uno que pasó de la fachada al interior del edificio para hallarle el sentido a la obra, y que además, por el hecho de entrar al museo, se le permite ser arte. Igualmente, el graffiti dentro del museo empezaría a tener autor, ese nombre en clave de un individuo o un grupo, quedaría al descubierto en la ficha técnica de la obra, finalizaría su anonimato al tiempo que entraría en la legalidad; ya si se desea que el graffiti conserve su anonimato, sería necesario que un artista presentara el registro de ese graffiti a través de fotografías, videos o reproducciones, pero ya no sería el graffiti hablando de sí mismo, sino la fotografía, el video o la reproducción hablando del graffiti, el graffiti ya no sería arte, pero el registro de tal graffiti, sí.

Al ver algunas obras de arte contemporáneo, prácticamente irreconocibles para el público en general, que sirven con la incomprensión, el choque, la repulsión, la confusión y demás sensaciones genéricamente pretensiosas que parecieran ser lo único reconocible dentro de ellas, a una transgresión cuidadosamente estudiada, cabe preguntarse ¿queda algo por hacer en el arte cuando todo pareciera agotado y vaciado de sentido? seguramente, luego de lo ya dicho, responderíamos, sí, en la medida que el arte deje de circular exclusivamente por las galerías, y como hecho social se dé en las calles y en la vida cotidiana; si el arte pierde su esencia como construcción y expresión de sensaciones y sus esfuerzos se encaminan a la transgresión gratuita, se vacía de sentido y transmite la sensación de un fin del arte, cuando éste, muy al contrario es la posibilidad de lo desconocido; a lo mejor ha habido una sobre exploración (y explotación) en el ámbito de la galería, y hace falta mirar otras facetas del arte, del arte que sirve a la verdad, a su verdad, que es fenómeno social, que habla de sí mismo en las calles y la cotidianidad.



Bibliografía.

Danto, Arthur. Después del fin del arte: El arte contemporáneo y el linde de la historia. Paidós Transiciones (16); Paidós. Barcelona, 1997. Capítulo 1, pp. 25-41.

Francastel, Pierre. Pintura y sociedad; traducción de Elena Benarroch. Ensayos Arte; Cátedra. Madrid, 1990. Capítulo 2, pp. 79-159.

Genette, Gérard. La obra del arte: Inmanencia y trascendencia; traducción de Carlos Manzano. Lumen. Barcelona, 1997. pp. 155-178.


Otras fuentes (Además de la curiosa observación en las calles).

Apuntes de clase, de la Especialización en Educación Artística Integral; 7, 8, 9 y 11 de noviembre de 2006.

Páginas web de temas generales sobre el graffiti:

http://www.valladolidwebmusical.org/graffiti

http://www.graffiti.org/faq/diego.html


[1] McLuhan, Marshall. La Comprensión de los Medios como Extensiones del Hombre. Diana. México, 1969.


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R. L.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sería muy bueno llegar al nivel de intervención que plantea el graffiti.